Tiendas de Ultramarinos
Hace no mucho tiempo en Almodovar del Campo existían varias tiendas de comestibles en las que al ir a pagar podías decir: "me ha dicho mi madre que se lo apuntes". Eran las tiendas de ultramarinos.
Entre estos establecimientos yo recuerdo principalmente la tienda de Vicente Sanchez y la de Ramón Baos. De la de Vicente no guardamos recuerdos físicos, pero si buenos momentos y un gran trato, pero Ramón nos dejó un pequeño legado, a parte de los buenos ratos y del olor a especias de su tienda, que hemos incluido en el libro "Aperos y Objetos olvidados".
El primero es la guillotina que utilizaba para partir el bacalao, según mi madre el mejor bacalao del mundo. Cada vez que se aproxima la Semana Santa y se empieza a consumir más este manjar en las casas aparece la conversación… "como el bacalao de Ramón ninguno" y es que siempre añoramos los productos del pasado y los sabores auténticos.
Pero en las tiendas de coloniales no sólo se vendía bacalao, podías encontrar cualquier cosa que se necesitara en una cocina, desde los papelillos gaseosos (blancos y azúles) para elaborar dulces, pasando por las sartas de tripas secas que se usaban, y se siguen usando, pasa embutir los chorizos, todo tipo de legumbres y especias en sus sacos correspondientes, latillas de conservas, tabletas de chocolate "la Campana de Elgorriaga", las galletas María Gullón a granel que venían en cajas enormes de cartón, el café recién molido, y un sinfín de cosas de las que ya no tengo recuerdo pero que plagaban las estanterías de maderas típicas de estos establecimientos. Algunos de estos productos venían en sus envoltorios de cartón o de papel, pero en su mayoría los vendían a granel, te los servían en cucuruchos de papel y los pesaban en básculas como la que vemos en la fotografía abajo.
Otro de los objetos que podemos observar en la fotografía es el molinillo de café que se usaba en la tienda de Ramón para moler el café que venía sacos.
Y aunque esas tiendas han dejado de existir en nuestro pueblo lo que siempre recordaremos es el olor tan especial que había en ellas, el trato familiar, las tertulias que se formaban con la clientela y a sus dueños, buenas personas y grandes amigos.
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